En estos días en que lo anormal se hace normal, en
los que la excelencia se ha perdido y si se encuentra tienes que mirar varias
veces a tu alrededor y en los que el
presidente Ollanta Humala cuestiona la calidad de muchos colegios y universidades, me pregunto: ¿qué nos
pasa?
Desde el mes de abril del año pasado, estoy
siguiendo unos estudios que demandan levantarme temprano todos los domingos,
salir con el tiempo holgado a mi centro de estudios para sentarme en el lugar
que me gusta y prepararme para recibir clases desde las 8 a. m. hasta las 6 p. m. con
una hora de refrigerio. Sí, a muchos les parecerá esto muy de locos, porque
¿quién estudia los domingos?, se preguntará alguien; ¿quién deja su hogar el día
principal de la semana para compartir con la familia, disfrutar de las bondades
que te da una buena película, reír porque unos quieren comer fuera y otros algo
especial preparado por la cabeza del hogar, bañar a las mascotas, salir a
correr o simplemente dormir todo el día porque toda la semana estuviste
trabajando y estudiando? Pues, la respuesta es obvia: Yo.
Cuando me enteré de esta especialización me
entusiasmé. A pesar de haber estudiado otras especializaciones ésta me llamó la
atención por la universidad - en la cual nunca había estudiado - y por la
mención - la cual nunca había llevado -, y como toda niña aplicada, pedí
información: llamé al ente que se encarga de estos estudios mas, como desde
hace año y medio nadie contestó en la central, así que mi razón me sugirió que
llame a la universidad, así lo hice y obtuve todos los datos precisos e
inmediatamente me inscribí.
El primer profesor me encantó: estilo propio de
llegar al alumno, debates, lecturas, bibliografía en cantidad, razones y no
razones, exámenes, toma de apuntes de los alumnos que participaban y a quienes no
participaban los hacia participar, el saber tu nombre y apellido y llamarte
para que tú participes, mirarte fijamente sin realizar ningún gesto cuando estabas
opinando por más que tu opinión no tenga sentido y llevarte lentamente a donde
él había iniciado la pregunta para orientarte en tu respuesta, cuando estabas
perdida, anotar algunos puntos precisos en la pizarra, presentar sus
diapositivas explicando detenidamente cada una de ellas sin repetir lo que ella
decía sino parafraseando o colocando otros ejemplos, y más, más, más. Pero
principalmente: lograr que tú hubieras participado en todas las clases, bien o
mal.
Hubo el caso de un alumno – profesor participante
- que le habló groseramente en una respuesta dada. El maestro no realizó ningún
gesto y paulatinamente le hizo ver lo equivocado que estaba.
La segunda profesora, también me encanto: mujer
culta, igual que el primero, podías preguntarle de todo, ella te respondía y si
no sabía, la siguiente clase te respondía sin que tú le hicieras recordar o te
pedía tu correo para enviarte la respuesta. Conocedora de cómo se encuentra el
magisterio fue llegando paulatinamente a cada participante: con pequeñas
lecturas y reflexiones, intentando que el profesor participante tome conciencia
de lo que estaba aprendiendo: conocer un tema que no había sido tratado en tu
vida de estudiante ni de profesional.
Después de ellos dos, mis recuerdos se hacen cada
vez más oscuros. He tenido hasta el momento 8 profesores más; sin embargo,
ninguno de ellos ha llegado al nivel anterior mencionado.
Sólo como
ejemplo: uno
de ellos llegaba temprano pero para hacer vida social. Se saludaba con todo el
mundo dejando a los pocos alumnos sentados esperando el inicio de la clase; los
últimos días que estuvo con nosotros, comenzó a poner música religiosa a alto
volumen y se inició en mi una especie de terror a esa clase de música:
imagínense casi una hora escuchándola. Una compañera le tuvo que decir que
bajara el volumen o que apagara la música. Casi siempre perdíamos una hora y la
clase comenzaba a las 9 a.
m. En varias oportunidades se le hizo ver ello, pero ya ni recuerdo que
explicaciones daba. El caso es que después tenía que correr con lo que hacia,
la verdad no recuerdo que nos enseñaba, lo único que recuerdo es que pedía tu
apellido en tus intervenciones; al menos, calificaba.
Al irse él, llegó otro profesor.
Primer día de clase: buenos días, por favor saquen su módulo... Cuántas unidades les falta? Ahhh!!! Ya, saben! vamos a formar
grupos de siete y vamos a realizar un rally: cada grupo lee las unidades saca
dos preguntas de cada unidad después todos los grupos comparten las preguntas y
al final se toma un examen sacando algunas de aquellas preguntas, de esta
manera has leído todo el módulo y desarrollando las preguntas, has aprendido.
Ante nuestro asombro un compañero preguntó y usted qué va a hacer? Ah! No!!! yo estoy aquí como facilitador: te voy a facilitar los
materiales, el tiempo y el aula. No, no, no, ahora estamos en una educación en
la cual tú construyes tus propios aprendizajes.
Ante la negativa de los profesores participantes de
aceptar la forma que él quería realizar las clases, realizó algunas: hablando,
hablando, hablando, sus diapositivas con letras chiquitas que desde mi posición
casi no se podían leer; participé hasta el cansancio nunca me preguntó mi
apellido, creo que nunca supo mi nombre, no me cansaba de participar dando
respuestas correctas a sus preguntas, aportando con otros datos y más. Había
veces que yo me preguntaba para qué participaba tanto si no me iban a evaluar,
mejor me quedaba callada, no realizaba ningún esfuerzo y así obtenía la nota
que ponen no sé de dónde. Se ausentó por un mes con permiso no sé de quién,
quisimos cambiarlo pero alguien del grupo sugirió que faltaba poco para acabar
así que mejor lo manteníamos, alguien dijo: eso
les pasa por querer a otro profesor, el anterior al menos hacía algo.
Cuando volvió de viaje no estuve presente - ya me
había enfermado – cinco compañeras me dijeron en son de queja que llegó masticando
chicle descaradamente, parece que está
más relajado dijo otra. Cuando pregunté qué avanzaron me dijeron hicimos un rally con la ley de la Reforma Magisterial,
pregunté en qué parte del módulo se mencionaba este tema, todas se miraron –
cinco horas con el rally-. La siguiente y última clase, estuve presente,
callada sólo observaba; el profesor se puso a hablar de todo un poco, había
pasado no sé tal vez media hora, me levanté a observar el módulo que casi nunca
habíamos abierto para leer (ni en clase ni en casa). Al ver que de acuerdo al
cronograma del módulo correspondía “proyectos”, respiré profunda y pausadamente
estaba a punto de intervenir cuando una compañera le dice: profesor con todo el respeto que
usted se merece me parece que no estamos tratando el tema que corresponde y
teniendo en cuenta su ausencia por un mes y aún sabiendo que la clase pasada no
ha realizado […]. Se dieron las explicaciones poco creíbles por
parte del profesor: una de ellas fue conversando
con el coordinador del área llegamos a la conclusión que ustedes deben aprender
habilidades no conocimientos;
sin embargo, su examen y sus exposiciones fueron relacionados a conocimientos y lo único que se trabajó como
estrategia en todo lo poco que enseñó, fue el
rally; así terminó la clase y la asignatura, sin hacer casi nada.
Un ejemplo
más
Un profesor que titubeaba mucho en clase. La
primera clase – recuerdo – se le dijo que al parecer no estaba preparado porque
no llegaba a un punto específico y como no teníamos los materiales no sabíamos
que quería de nosotros (se debe tener en cuenta que cuando eres docente sabes qué
es lo que se debe de lograr en una clase, que cada clase debe de ser evaluada,
además de recoger los saberes de los alumnos para verificar si ellos han
entendido tu clase o no); pues bien, en esta clase no teníamos rumbo, me dio un
tanto de pena por su mirada avergonzada. La compañera que se dirigía a él fue
dura en su trato. Lo cierto es que las siguientes clases llegaba presuroso a
impartir sus conocimientos: casi nadie quería participar porque veían que hacía
mucho esfuerzo y no se dejaba entender. Me propuse ayudar en la clase con mis
participaciones: sentada, parada, leyendo, respondiendo, ofreciéndome como
coordinadora de grupo en varias oportunidades, exponiendo casi todas las clases,
nunca dejé de asistir a la clase. Tomó dos exámenes, en el primero obtuve 20 y
en el segundo y final 19. Grande fue mi sorpresa al ver que mi calificativo final
del curso fue 16. No me canso de preguntar de dónde salió ese 16.
Otro ejemplo
Se iniciaba una de las clases que prometía muchos
nuevos conocimientos. Había que trabajar en el aula virtual y presencial. El
tema era casi desconocido para los participantes: Investigación cualitativa. En
el primer ciclo habíamos llevado el curso I, en este ciclo nos correspondía la
asignatura II.
Empezó la clase virtual: el profesor solicitó tres
trabajos, los cuales eran similares y/o iguales a los realizados en el primer
curso. Se envió el trabajo y él pasado unos días, nos puso un calificativo haciendo
algún comentario como qué creativo su
mapa mental. Envió otro calificativo y un comentario diciendo debe de reformular su trabajo. Ante la
pregunta que se le hizo en forma virtual ¿cómo
lo debo de reformular? Nunca llegó respuesta. Y así pasaron los meses y los
días enviando trabajos y él enviando sus calificativos, a veces con una nota
similar o simplemente sin comentario alguno. Cuando llegó la clase presencial,
le dije que tenía conocimiento que un aula virtual para este tipo de cursos no
debe de llevarse de esa manera, ya que al ser un curso casi desconocido por
todos necesitábamos orientación. Su respuesta fue “yo no tengo la culpa que la universidad me haya dado tantos alumnos y que
no pueda asesorarlos a todos”. Otra alumna le pregunto: ¿profesor cómo debo realizar mi
planteamiento del problema? El profesor respondió: ahhh!!! Profesores,
si ustedes no saben eso no es culpa mía,
y así son docentes??? Casi nadie en el grupo quiso realizar una pregunta
después para no pasar vergüenza. Así que dejamos que explicara lo que venía a
enseñar: marco teórico.
Al día siguiente, llamé al “ente” que se debe
encargar de estos estudios para preguntar al especialista, entre otras cosas,
si es que ellos sabían ¿cuántos profesores en el Perú se habían titulado con
una tesis y de aquel porcentaje cuántos habían realizado una investigación
cualitativa? No respondió. Yo le di mis apreciaciones y concluí expresándole que
el docente había llegado con una concepción errónea y que estaba intentando que
se adquirieran aprendizajes sin ayudar a construir conocimientos: dónde queda
el andamiaje, saberes previos, el aprendizaje significativo, las zonas de
desarrollo, el pensamiento crítico y divergente y otras teorías psicopedagógicas?
¿Qué diría Bruner, Ausubel, Vitgosky, y otros?
Y así continuaron los calificativos y algún
comentario a nuestros trabajos, pero de ayuda nada. Se habló con los
representantes de la misma universidad y si hicieron algo, no nos enteramos.
Llegó la siguiente clase presencial. Tema a explicar: marco teórico, ¿de nuevo?
Sí, de nuevo. Una compañera se
acercó con un gesto casi de miedo y avergonzada diciéndole ¡por favor, puede verificar lo que he
avanzado!; el profesor respiró con fastidio, sonrió de compromiso y dijo ¡déjelo allí! dio una mirada con el
rabillo del ojo y dijo: sí, está bien.
En aquella clase, ante las preguntas del profesor y la no respuesta de los participantes
tuve como siempre que intervenir, para ayudar a agilizar su clase porque se
quedaba pegado a la pizarra con la mirada en ella y esperando una respuesta. De
pronto, en una de mis intervenciones agregue un conocimiento y me dijo no!!! Usted tiene que validar sus
instrumentos con diez expertos. Inmediatamente,
una compañera preguntó y cuánto cobra un
experto? Aproximadamente, 100 dólares,
respondió. Todos me miraron: en sus miradas podía leer la pregunta y de dónde
vamos a sacar 1,000 dólares para validarlos. Sólo moví mi cabeza en
desaprobación a su comentario. Aquella clase, siete compañeros de 28 me dijeron
oye, si es así yo me retiro porque ni
dinero tengo para mi casa […]
Comenté que los expertos que habían validado el instrumento para mi tesis de
grado de magíster no me habían cobrado y que así podíamos encontrar conocidos
y/o profesores de nuestros primeros estudios.
Llegó la tercera y última clase: nuevamente, marco teórico. Sólo agregó dos
conocimientos más, lo demás fue casi lo mismo. Lo pude comparar con mis
anotaciones anteriores. Faltando media hora para el término de clase dijo: profesores sus proyectos virtual, físico y
en CD para tal fecha. Todos se desesperaron. Fácil de imaginar, no?, si no
sabías cómo redactarlo. Muchos se quedaron callados porque se había
experimentado algo en el ciclo pasado con otras asignaturas: al parecer, los
que nos quejábamos teníamos menos nota
y los que faltaban y/o no participaban, tenían la misma nota o más.
Como la fecha que el profesor indicaba y el lugar
para presentar el trabajo en físico distaban mucho del local donde estudiábamos,
le dije que yo lo iba entregar el último día de clase del ciclo, es decir,
antes de la fecha que él había indicado. Noté que se molestó, pero yo estaba en
mi derecho y no infringía ninguno. Al término del ciclo, mientras nos
preparábamos para ir a almorzar en grupo, un compañero se acercó casi a punto
de colapsar comentando que el profesor lo había tratado con desprecio. Comentó
que había redactado un documento quejándose ante las autoridades de la
universidad. Me pregunté, al respecto: ¡¡¡Dónde queda el trato digno que nos
merecemos como personas!!!
Para no
cansarlos sólo un ejemplo más: una profesora excesivamente gestual. Sus clases
eran teóricas la primera hora y media, después había que realizar una técnica
para exponer el material tratado. Cuando alguien participaba sonreía, se
asombraba, dudaba, no entendía, se molestaba y otros gestos más que fastidiaban
al participante. Una compañera en una clase le dijo: disculpe de qué se ríe, estoy respondiendo. Sí, sí, siga!!! Respondió.
Se molestó cuando el grupo le dijo que debía
cambiar su manera de enseñar porque era muy teórica y que necesitábamos conocer
más sobre lo que el curso solicitaba. Su respuesta fue increíble: he llegado a este salón y el nivel es bajo,
porque ustedes son simples aprendices, aprendices. Mientras decía esto,
hacía gestos con la mano la cual giraba en todo el radio del aula. No pude
soportar lo que mis oídos escuchaban viniendo de una persona que se entiende
nos debe un mínimo de respeto por ser ella la conductora de la clase y me
expresé. Ante lo dicho por mi persona, ella comentó: He observado que hay por allí algunos puntitos que sobresalen pero no
son todos; entonces, le di la explicación pedagógica posible para que ella
logre que todos lleguemos a un mismo nivel. No colocaba nota de las participaciones,
sólo se llevaba el papelote presentado y tomó dos exámenes.
Junto con estos estudios correspondía el monitoreo de las clases en aula. Tuve tres monitores: dos mujeres y un varón. La primera llegó a la institución, se presentó y me dijo que yo tenía que hacerle un file personal para ella; es decir, reproducir todos mis documentos presentados a la I. E.: programaciones anuales, unidades, sesiones de aprendizaje, así como, visión, misión, necesidades, carteles y otros documentos. En total fueron un aproximado de 100 hojas fotocopiadas que en su segunda visita entregué. Fue la última vez que la vi. Ni siquiera un agradecimiento, recibí.
Junto con estos estudios correspondía el monitoreo de las clases en aula. Tuve tres monitores: dos mujeres y un varón. La primera llegó a la institución, se presentó y me dijo que yo tenía que hacerle un file personal para ella; es decir, reproducir todos mis documentos presentados a la I. E.: programaciones anuales, unidades, sesiones de aprendizaje, así como, visión, misión, necesidades, carteles y otros documentos. En total fueron un aproximado de 100 hojas fotocopiadas que en su segunda visita entregué. Fue la última vez que la vi. Ni siquiera un agradecimiento, recibí.
Llegó otra monitora, que me visitó cuatro veces.
No cesaba, cada visita, de repetir hasta el cansancio que le gustaban los
materiales que entregaba en clase a mis alumnos. ¡Qué bonito, escribes!, ¡qué
bonito texto!, ¡qué bonitos materiales! En su cuarta visita llegó con los ojos
llorosos mencionando que le habían robado su laptop, horas antes.
Sinceramente, no tuve tiempo de conversar con ella sobre el tema ya que tenía 42
alumnos a mi cargo, faltaban 20 minutos para terminar mi clase y cada uno
pugnaba porque se revise su material. Fue allí donde ella dijo: puedo sacar copia a tus documentos, sí, respondí. Salió. Pasado 10 minutos
regresó y me dijo: sabes mejor me llevo
los documentos y la siguiente visita te los devuelvo, dudé un instante, mas
con la presión de mis alumnos, respondí lo que nunca debí responder: ¡está bien!
Han pasado 7 meses de su ausencia y de la no
devolución de mis documentos originales con la firma de un directivo que ya no
trabaja en la institución.
Después de ella, llegó otro monitor a quien lo
traté con desconfianza, por todo lo que había sucedido. Este docente supo
comprender mis fastidios y discrepancias. Al despedirse, a finales de año,
expresó en un video editado de unas de mis clases: Agradecimiento a la profesora D. A., por su profesionalismo y amor de
justicia.
Durante todo ese tiempo, no dejé de dar mi punto
de vista a las autoridades de la universidad y secretarias pero nada cambiaba. Envié
mensajes al representante del ente ejecutor pero al parecer ya nada se podía
hacer, ya estábamos en el mes de noviembre, mas mi fastidio e impotencia de
saber que el dinero invertido por la sociedad peruana en nuestra capacitación no
estaba rindiendo sus frutos, me
indignaba.
Entonces comenzó a girar en mis pensamientos la
idea de dejar los estudios porque sentía que no reunía las expectativas creadas
por mi persona. Lo conversé en mi trabajo y un buen amigo me sugirió que no lo
dejara porque el dinero invertido en mí se iba a perder.
Consulté con mi médico de cabecera y me dijo: lo
que sucede es que usted busca la excelencia y ello es bueno. No desmaye y siga
consultando y pidiendo que los estudios cambien y que coloquen profesores con
mayor experiencia y conocimientos para este tipo de cursos.
Fui personalmente al ente ejecutor, me entrevisté
con una señorita que me atendió bien y entendió mi preocupación. Me dijo que
iba a consultar y/o indagar y que me llamaría, pero nada, hasta el momento no lo ha hecho. Entonces fui de nuevo, luego
de tres semanas, para ver que sucedía y me comentaron que se encontraba de
viaje y me enviaron a otra persona. Esta señora llegó con un gesto adusto, parecía
fastidiada y comenzó a hacerme preguntas. Lo primero que le dije fue que
esperaba que ella conociera de este tema porque yo me sentía cansada de repetir
lo mismo por meses, no dijo nada y continuó con sus preguntas. Una de ellas fue
¿Cómo te gustaría que fuera para ti la
educación? Me sorprendió la pregunta, no por la pregunta misma sino por el
tono fastidiado con el que preguntaba. A cada respuesta que yo daba se
sorprendía y en muchas oportunidades parecía dudar de lo que yo comentaba.
Sentí que perdía el tiempo hablando con ella,
porque se notaba que desconocía de lo que yo hablaba. Luego de una hora y media
haciéndome preguntas y yo respondiendo pedagógica y administrativamente, le
dije: parece que usted desconoce del tema
que le comento? Algo escuché, respondió. Lo que sucede es que como has venido a buscar a otra persona y la
secretaria te ha querido atender te envió conmigo. Después comentó que ella
recién había iniciado su trabajo en diciembre. ¡Qué perdida de tiempo!, pensé.
El caso es que esta señora no utilizó la técnica
de la cortesía ni manifestó positiva actitud comunicativa - me pregunté si era
docente pues no lo parecía o ¡tal vez sí!
-. Me aseguré que supiera que no me
había gustado su trato. Le dije entre otras cosas que el prestigio de la
institución estaba en juego, que yo buscaba conocer del tema, pero si no me
iban a enseñar adecuadamente entonces me retiraba: su respuesta fue increíble,
lo hice notar y le dije que yo nunca hubiera pensado que en aquella institución
respondieran lo que había escuchado. Me dijo: no, yo no le he dicho ello, en
todo caso es su percepción, ¡es su
percepción! Por supuesto que no fue mi percepción, fue lo que escuché, e
inmediatamente le dije: mientras usted me
hacía preguntas yo pensaba y ahora ¿dónde me quejo sobre mi preocupación
respecto a la capacitación y sobre la actitud inquisidora de dicha señora?
Terminé en
el congreso:
aún espero respuesta. Me dijeron que demoraría un mes aproximadamente.
Lo gracioso de toda esta narración de hechos
consecutivos es que el ente ejecutor nos va a evaluar. La pregunta es ¿qué
nos van a evaluar? Y lo paradójico de estos sucesos es que la sociedad
peruana demanda docentes de calidad, los docentes demandamos capacitaciones de
calidad y el ente ejecutor demanda docentes de calidad. ¿Dónde se encuentra esto?,
es decir, la calidad!!!
¿Cuándo nuestras autoridades tomarán en serio
nuestras preocupaciones? When the moon is in theSeventh House and Jupiter aligns with Mars? (…)
¿Hasta cuándo, los maestros, tendremos que esperar
por una mejora de la calidad en las capacitaciones que dirigen los responsables
de la educación en el país? ¿Hasta cuándo nuestra sociedad seguirá invirtiendo
el dinero de cada uno de sus ciudadanos en capacitaciones que no benefician al
docente y que en consecuencia dicha inversión no revierte en la calidad
educativa de nuestros estudiantes? La verdad, ¡no lo sé!
Ojala que con la participación de todos nosotros
los cambios se produzcan lo antes posible.