martes, 20 de enero de 2009
IGLESIA SAN PEDRO
Es cierto que cuando nos encontramos en problemas es cuando acudimos más a la casa del señor. El 2008 me cogió no con mucho trabajo pero sí con muchos problemas personales, llegó un momento en que era necesario asistir a la casa del Señor nuestro Dios para conversar más de cerca con él, y si era posible hacerle unas cuantas preguntas que me abrumaban. Preguntas que deseaba me respondieran, fue allí donde caminando por el jirón Ucayali saliendo de la Biblioteca Nacional ubicada en el Centro de Lima decidí ir a esta iglesia. Ella se encuentra justo a la espalda de la mencionada biblioteca por el jirón azángaro, haciendo un poco de historia esta iglesia con estilo barroco que se caracteriza por su recargada ornamentación, guarda en sus recuerdos visitas de reinas y princesas que en su época la visitaron, según un sacerdote, por La Congregación Mariana de Nuestra Señora de la Expectación del Parto, conocida como Nuestra Señora de la O la única imagen, a mi entender, de la virgen María embarazada. Hay una pinacoteca en la iglesia San Pedro, la cual está conformada por una nutrida cantidad de lienzos que se ha ido atesorando a lo largo de las centurias, en calidad de donación o, especialmente, gracias a que muchos de los sacerdotes han sido pintores de gran calidad y renombre.
Era viernes por la tarde, ingresé observando cuanto anuncio había y postales pegados por su entrada, la iglesia se encontraba un tanto vacía, contando desde mi ingreso a seis personas, entonces decidí acercarme más al altar para estar casi sola y llorar cuanto quisiera y pedir cuando pudiera, fue allí que cuando justo los pensamientos revoloteaban en mi cabeza siento a alguien parado casi a mi lado, era un joven con su mamá que no dejaban de hablar, yo solo escuchaba murmullos, ello me fastidió y traté de concentrarme de nuevo y adentrar a mis pensamientos. Estaba pidiendo a Dios por intermedio de su hijo Jesús que me diera felicidad, que necesitaba a mi ser amado y que no lo separara de mi lado, estaba al borde del llanto, cuando una viejecita me toca el hombro y me pregunta:¿usted también se va a confesar? No le preste atención e intente dejar las lágrimas para más tarde y continué pidiendo, las voces aumentaban el fastidio era intenso mi ira me descontrolaba, miré de reojo y había una cola interminable que esperaba por una oportunidad de confesarse. Fue allí donde presté atención a los murmullos, decían: tanto se demora ese señor, ¡oiga señor rápido!, miren al otro lado ya esta avanzando la cola, por qué se demora tanto?, quién es el último, pregunto un joven, la señora que esta arrodillada también esta en la cola, y la otra señora, de repente la viejecita que se me había acercado instantes antes me dice de nuevo pero con más seguridad: usted también se va a confesar, usted espera, yo solo atiné a cerrar mis ojos y decir: estoy intentado orar pero ustedes no me dejan!, las palabras que emanaron de mis labios fueron con dureza e indignación tanto así que la pobre viejita se avergonzó y dijo a todos dice que intenta orar y que todos estamos hablando y no la dejan, yo recién llego, yo no he estado hablando, yo no la fastidie. Hubo silencio por unos segundos pensé que por fin podía continuar con mis pensamientos, mas no con el llanto, de pronto entre mis ojos semi cerrados observaba sombras que se deslizaban como si intentaran en lo posible no realizar ningún ruido caminaban en puntillas y susurraban, pude escuchar que mientras corrían decían allá esta vació hay menos gente, hasta la viejita que caminaba con dificultad con un bastón de madera corría intentando ganar un lugar privilegiado en el confesionario.
Como es de suponer, toda aquella pena que me abrumaba se esfumó, por un instante, y llegó a mí una alegría al observar tan peculiar comportamiento. Era viernes, cinco de la tarde, hora de confesiones, yo lo ignoraba.
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